Inclusión que transforma: entrevista sobre el programa Universidad Inclusiva de la UAO

Por Sofía Álvarez Quintero, practicante del Departamento de Comunicaciones.

Quienes convivimos con una diversidad funcional sabemos que estudiar en la universidad no siempre es una experiencia sencilla. Las barreras no son sólo físicas, también están en las actitudes, en los prejuicios y en la falta de preparación del entorno. Por eso, cuando una institución se esfuerza de verdad por abrir espacios accesibles y respetuosos, vale la pena contarlo.

La UAO lleva más de una década construyendo un modelo de educación inclusiva que ha cambiado la vida de muchas personas. Esta entrevista es una oportunidad para conocer de cerca cómo funciona ese programa, cuáles han sido sus logros, qué retos siguen pendientes y por qué la inclusión es una forma justa de entender la educación.

Esta entrevista fue realizada a Miguel Ángel Hernández, profesional en Trabajo Social, magíster en Educación con énfasis en Pedagogía de la Educación Superior de la Universidad del Valle. Actualmente ejerce como jefe del Centro para la Excelencia Académica, CEA, de la UAO. Lleva 10 años de experiencia en procesos de persistencia, permanencia y deserción estudiantil en la Educación Superior y es experto en educación inclusiva.

¿En qué consiste el programa de Universidad Inclusiva de la UAO?

El programa nace en 2008 a partir del ingreso de un estudiante con diversidad funcional. Eso nos llevó a plantearnos cómo responder adecuadamente a este grupo poblacional. Desde entonces, trabajamos en eliminar las barreras que impiden el acceso y la permanencia, guiados por los principios de equidad y los objetivos de la UNESCO.

¿Qué avances han logrado en infraestructura y accesibilidad?

En 2019 se instalaron ascensores en todos los bloques del Campus y se mejoraron las rampas, baños y señalización en parqueaderos. Estas mejoras han beneficiado a estudiantes, colaboradores y visitantes con movilidad reducida. Como lo dijo el vicerrector Roberto Arango, estos cambios complementan nuestra estrategia de inclusión que venimos fortaleciendo desde hace varios años.

¿Cómo es el acompañamiento a los estudiantes que hacen parte del programa?

Se brinda apoyo social, psicológico y académico. Dependiendo del caso, se asignan monitores para acompañar en clases y actividades, siempre manteniendo la exigencia académica. Además, se ofrecen servicios como terapia ocupacional, fonoaudiología, trabajo social, becas específicas y, para los estudiantes que lo requieran, intérpretes de lengua de señas financiados por la universidad.

¿Cuál es el perfil de los estudiantes vinculados al programa actualmente?

En 2023 tuvimos 158 estudiantes vinculados. De ellos, 78 presentaban diagnósticos psicosociales como ansiedad, depresión o esquizofrenia; seis estudiantes estaban dentro del espectro autista, y el resto presentaba otras diversidades, incluyendo físicas, lingüísticas o relacionadas con género y orientación sexual. Más de 30 estudiantes con estas características ya se han graduado.

¿Qué fortalezas y debilidades tiene el programa?

Una de nuestras mayores fortalezas es que la política institucional tiene como eje la equidad, la permanencia y el respeto por la diferencia. Pero también tenemos una oportunidad de mejora importante: no se ha logrado consolidar una formación continua y sistemática para los profesores en temas de inclusión. Esto es algo que reconocemos y estamos empezando a abordar con más seriedad.

¿Cuál es el enfoque que están tomando para esa formación de profesores?

Más que capacitaciones puntuales, buscamos un proceso de formación. Es decir, una construcción de pensamiento crítico sobre la inclusión. Actualmente desarrollamos talleres semestrales sobre violencia de género y estamos estructurando una línea enfocada en diversidad funcional y neurodivergencia. Queremos hablar de flexibilidad curricular, de prácticas pedagógicas incluyentes y de la importancia de reconocer, no solo tolerar, la diferencia.

¿Qué desafíos siguen presentes dentro de la Comunidad Universitaria?

Hay que trabajar en la sensibilidad de toda la comunidad académica. No basta con tener infraestructura adecuada si el entorno social sigue reproduciendo exclusión. A veces, los estudiantes con diversidad funcional son ignorados en trabajos colaborativos o no se respeta el uso de baños y ascensores destinados para ellos. También hay casos en los que, por falta de formación o empatía, los docentes no logran establecer un vínculo pedagógico efectivo con estos estudiantes, lo cual puede llevar a la frustración y al abandono de la carrera.

De esta manera se aprecia que el proyecto de Universidad Inclusiva de la UAO tiene todo para seguir avanzando: una política institucional comprometida, un equipo humano preparado y una estructura que ha ido eliminando barreras tangibles. Sin embargo, es necesario fortalecer la sensibilidad y el respeto en la Comunidad Universitaria. Aún se observan actitudes excluyentes y usos inapropiados de espacios adaptados. El reto está en construir colectivamente una cultura institucional que no tolere la diferencia, sino que la valore y la respalde con acciones concretas; que comprenda que las diferencias no son obstáculos, sino oportunidades para construir una educación más justa y empática.

Como persona con diversidad funcional, puedo decir que este programa ha significado un cambio profundo para muchas vidas. Pero también sé que todavía hay camino por recorrer, y que la verdadera inclusión se pone a prueba todos los días: en el aula, en los pasillos, en las decisiones y en las actitudes.

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